En el lobby del Hotel Deville, en la zona norte de Porto Alegre, decenas de hinchas argentinos se trepan a los sillones y se apoyan en los mostradores.
Zum-zum en el aire, smartphones, camisetas y bolígrafos en puño. A pesar del disimulo por las ganas de encontrar a cualquier jugador de la selección argentina saliendo del ascensor o cruzándose en un pasillo, se sabe que la expectativa es por Lionel Messi. Son 20:54, y el atacante del Barcelona está a pocos metros de allí, junto a sus compañeros de equipo, en una de las salas de convenciones del hotel, oyendo las instrucciones del técnico Alejandro Sabella para el partido de hoy contra Nigeria.
A Messi no le gusta mucho el ruido de los aficionados ni tampoco el asedio de la prensa. Lo notamos cuando la puerta de la sala se abrió, y el jugador salió al frente del equipo rumbo al "salón comedor", que esperaba a los jugadores para servirles la cena. En cuanto notó al equipo de ZH, lanzó una mirada desconfiada y entró al comedor rápidamente, llevando una bolsa con hielo. Calma. El hielo no es una señal de lesión. Es solamente el soporte para una rodilla y un tobillo cansados de pases de pelota nos contó más tarde.
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